- agosto 31, 2014
Piscinas con olas y decenas de toboganes de colores atraen a cientos de bañistas a Munsu, un espectacular parque acuático de Pyongyang donde el bikini está completamente vetado y la entrada cuesta cuatro veces el sueldo mensual de un norcoreano medio.
Abierto en octubre de 2013 con un desfile militar por todo lo alto, este monumental complejo ocupa 15 hectáreas al este de Pyongyang y a primera vista no tiene nada que envidiar a sus similares de otras capitales del mundo.
Una bizarra imagen aguarda a todo visitante en el amplio recibidor principal de Munsu. Es la estatua a todo color del fallecido líder Kim Jong-il que, sonriente y ataviado con su clásico traje caqui, preside junto a dos sombrillas el escenario con la gigantesca fotografía de una playa a su espalda.
En la parte interior del recinto hay cafetería, cervecería, restaurante, varias piscinas de natación, de burbujas y para niños, además de lanzaderas y ríos que fluyen hasta la más extensa parte exterior.
Al aire libre norcoreanos de todas las edades chapotean en el simulador de olas y usan con visible entusiasmo otras tantas piscinas y coloridos toboganes grandes, pequeños, rectos, ondulados, enroscados y de todos los tipos imaginables.
Pero, ¿quién se baña en el parque acuático del país más aislado del mundo? Una empleada asegura a EFE que la entrada para extranjeros cuesta 10 euros y los locales pagan 20.000 wones norcoreanos, cantidad desorbitada si se tiene en cuenta que un empleado local gana unos 5.000 wones al mes.
«Si la gente no pudiera permitírselo, ¿entonces por qué el parque está lleno?», comenta con ironía un funcionario mientras señala con el dedo las piscinas donde varios cientos, posiblemente más de mil personas entre niños, adolescentes y familias, se bañaban hoy aprovechando el día soleado.
Los norcoreanos generalmente reciben complementos salariales, lo que unido a la volatilidad de la moneda local hace que refrescarse un día caluroso en Munsu no sea tan inaccesible como parece, según la dudosa explicación que ofrece el empleado gubernamental.
Otra funcionaria, que asegura venir regularmente con su familia, comenta que parte de los bañistas forman parte de grupos escolares y militares enviados por el Gobierno con los gastos pagados, aunque no son la mayoría.
De este modo, lo que parece más factible es que las antiguas y nuevas clases pudientes de Pyongyang, una ciudad donde poco a poco se observan signos de ostentación, conformen la clientela habitual de uno de sus espacios de ocio más exclusivos.
Tan exclusivo que el joven líder Kim Jong-un siguió con especial interés el proceso de construcción, que tardó solo siete meses, y se dice que ha visitado personalmente el parque en más de cien ocasiones desde que se colocara la primera piedra hasta hoy.
Si bien Munsu representa la nueva cara de una Pyongyang que empieza a abrazar la modernidad en este país anclado en tiempos de la Guerra Fría, no ocurre lo mismo con los atuendos de los bañistas, ya que para las mujeres lucir el ombligo todavía es algo impensable.
«Nunca se me ocurriría ponerme un bikini. Vaya disgusto le daría a mi marido», comenta entre risas la señora Park, traductora de 29 años y un ejemplo representativo del profundo conservadurismo que impregna esta sociedad comunista en la que la rectitud moral es tan sagrada como la revolución.
Aún así, de los tres bañadores femeninos expuestos en los maniquíes de la tienda de Munsu con un precio de unos 40 euros llama la atención que uno de ellos presenta un prominente e inusual escote, un detalle que podría delatar que algo está cambiando en la capital del país más hermético del mundo. EFE