- febrero 21, 2014
La reforma curricular incorporó en la política educativa oficial la idea de que los padres deben ser partícipes activos en la formación escolar de sus hijos, acompañándolos en las tareas para la casa. Vida consultó con especialistas para determinar hasta dónde debe llegar la intervención parental, para que la ayuda no exceda los límites recomendables.
Por Carlos Darío Torres
«Ya terminé la primaria. No tengo por qué hacerla de nuevo». Las palabras quizás no sean siempre estas, pero reflejan lo que muchos padres sienten cuando sus cónyuges les piden que ayuden a sus hijos a hacer la tarea escolar, especialmente a los más pequeños. Y es que a veces, por el grado de dificultad del trabajo, los que terminan haciendo los deberes son los progenitores, lo que puede ser perjudicial para los niños.
El Ministerio de Educación y Cultura (MEC), a partir de la vigencia de la reforma curricular, ha recomendado y estimulado que los padres intervengan de manera activa en el proceso de educación formal de sus hijos. Y uno de los pilares de esa política es que los mayores acompañen y orienten a los chicos a la hora de hacer la tarea escolar.
La participación de los padres como complemento de la formación que los niños reciben en la escuela, tanto en términos de ejercicios y de práctica, como en cuanto a contención emocional y de apoyo a las dificultades, sirve para entrenar a los hijos a enfrentarse a su propio progreso en el terreno del aprendizaje, afirma María del Carmen Giménez, titular de la Dirección General de Educación Inicial y Escolar Básica del MEC.
Compañía necesaria
«La escuela no puede trabajar sola, requiere la presencia efectiva de la familia; y esta tiene una alta cuota de responsabilidad en colaborar con el niño, en apoyarle, orientarle y complementar su labor. Ningún proceso de aprendizaje es sencillo, y para el niño tampoco. Eso es fundamental que los padres entiendan», resalta Giménez.
La intención, elogiable, no siempre es llevada a la práctica con el resultado deseado, ya que muchas veces, a criterio de los padres, lo que en la escuela le piden a los chicos como trabajo para la casa supera las capacidades, intelectuales y motrices, de sus hijos; y el acompañamiento sugerido al final se convierte en la confección completa de la tarea a manos de los mayores y sin ninguna intervención del infante.
Además, el modelo adoptado por el MEC exige que al menos uno de los padres esté con los menores a la hora de hacer los deberes, situación que no siempre es posible encontrar en la realidad, donde –cada vez con mayor frecuencia– ambos esposos están casi todo el día fuera de casa por sus obligaciones laborales.
Entonces, ¿hasta dónde deben llegar el asesoramiento y la orientación?, ¿cuál es el límite que los padres no deben traspasar, para que la noble intención de ayudar a los hijos no se transforme en un obstáculo y un perjuicio en el proceso de aprendizaje de estos?
«Los padres no deben hacer las tareas de sus hijos», enfatiza Emma Pereira, profesora del primer grado del colegio Sagrada Familia de Lambaré. Pereira, quien ejerce la docencia desde hace 10 años, afirma que la excesiva intervención de los mayores es un hecho que suele ocurrir, aunque, para los profesores, suele ser evidente cuando esto pasa.
«En ese caso, cuando detectamos que no es el niño el que hizo la tarea, convocamos a los padres a una reunión para conversar sobre la situación. Es lo que tenemos como recomendación y lo que yo particularmente hago», agrega Pereira.
La docente admite que es posible que haya maestros que les pidan a los alumnos deberes que excedan sus capacidades, obligando a sus encargados a realizar ellos mismos el trabajo. Pero esto siempre será porque hay alguna falencia de parte de los educadores, advierte Pereira.
El problema existe, reconoce la psicóloga Daisy Abente, y explica que suele escuchar este reclamo tanto de parte de sus colegas como en consultorios. «Podría darse el caso de que un maestro les dé a los chicos tareas que estén más allá de sus capacidades, en una cantidad exagerada o que tengan que terminarlas en un tiempo irreal también. Ese error pueden cometer, claro que sí», señala.
Sin embargo, aun con estos problemas a la vista, el protagonismo de los progenitores es indispensable en la actualidad, sobre todo en el nivel inicial y en los primeros grados del nivel primario. «Depende de la edad del niño», repite Abente cuando se le consulta cuál debe ser el grado de involucramiento de los padres.
Organización
La psicóloga aclara que quien está en edad escolar necesita mucho más apoyo y cercanía de sus progenitores que el adolescente, «porque está empezando y no sabe cómo hacerlo». Entonces, los padres deben configurar cómo se hace una tarea.
En primer lugar, se tiene que determinar el sitio en el que se van a hacer los trabajos, el espacio físico; y a continuación, que no haya elementos de distracción para el escolar, como una tele, una radio o una computadora encendidas.
Es fundamental que haya buena luz, ventilación, que el lugar no sea ni muy cerrado ni muy abierto. «Y si se puede establecer el mismo recinto sistemáticamente, mejor», aclara Abente y añade que para el efecto puede elegirse un escritorio dentro del cuarto de los chicos, una mesita o determinar que será el comedor el lugar de la tarea a determinada hora.
El objetivo es que la sistematicidad ayude al estudiante a que la confección de los deberes escolares se convierta en un hábito. De igual manera se debe proceder en cuanto al horario, en lo posible, establecer tiempos para cada cosa, para el descanso, para la alimentación, para la recreación. «Que aprenda que hay un tiempo para todo y organizar para que así sea», dice Abente.
Otro punto es determinar hasta dónde acompañar a los menores en las tareas. Las de preescolar son muy dirigidas y en ese caso los padres tienen que estar muy cerca de sus hijos. «Pero, en la medida en que el niño va adquiriendo la lectoescritura, va entendiendo que todos los días hay una tarea, que tiene que producir algo; es también orientarle sobre cómo hacerla de la mejor manera posible», indica la profesional.
Abente recomienda también tener en cuenta algunas cuestiones básicas antes de sentarse a hacer la tarea. «Yo suelo recomendar una buena merienda y después ir al baño, seguido del lavado de las manos, porque a veces, cuando se sientan, surgen todas estas ideas fantásticas («tengo hambre», «quiero irme al baño») y así se hace eterna la tarea», subraya.
La psicóloga aconseja que la intervención parental incluya enseñarle al chico cómo hacer los deberes. «Por dónde empiezo, cómo hago, qué está bien que haga y qué no, buscar información. Lo más fácil es entrar en internet, y en ese caso hay que adiestrarle para que empiece a discriminar cuáles son las fuentes seguras, cómo copiar la información, cómo registrar las fuentes, de dónde la está sacando, entre otras cosas», recomienda.
La experta resalta que esas herramientas y procesos deben ser conocidos y usados por los estudiantes. «A veces, los jóvenes sobre todo, se apropian de lo que está en la web y hacen copiar y pegar. Y así no hay una información digerida», advierte.
Abente también destaca la necesidad de volver a lo que denomina los elementos antiguos, como «un buen diccionario, una buena enciclopedia, que son básicos y que no deberían estar ausentes en ningún hogar».
¿Y qué pasa cuando la magnitud de la tarea excede las capacidades del alumno? Abente ve bien que el docente siempre exija un poco más a cada niño, «porque es la forma en la que va a ir superando sus propios límites e inclusive alcanzando otras metas, aunque no necesariamente eso tendría que hacerse siempre desde la casa; a veces sí, a veces no».
Para la titular de la Dirección General de Educación Inicial y Escolar Básica, María del Carmen Giménez, la tarea no tiene que ser una dificultad que reemplace a la clase, sino la continuación de esta. «El chico debe venir a la casa habiendo comprendido el tema, los conceptos y procedimientos básicos; es el refuerzo de lo que aprendió en la clase. Si esto no se cumple, ahí la tarea perdió su sentido y no sirve para nada», enfatiza la funcionaria.
Pero aun cuando las obligaciones escolares sean dificultosas para los chicos, la actuación del padre y de la madre deben servir de soporte emocional y de ayuda, alerta la educadora. «Los niños necesitan un modelaje. No hay nada más doloroso que enfrentarse solo a la dificultad de hacer la tarea. Por eso, ahí es necesaria la presencia del adulto», enfatiza.
Una ayuda mal entendida, consistente en deberes escolares hechos por los padres, anula la oportunidad de esfuerzo de los alumnos y el mensaje que reciben es que no son capaces de hacer eso. Los infantes necesitan una absoluta y reiterada prueba de que confían en su capacidad, sostiene Giménez.
«Los padres deben acompañar emocionalmente, de modo que el chico se sienta confiado y aprenda y refuerce la confianza en sí mismo. Eso es vital para tener ciudadanos saludables», recalca la funcionaria. Y esa es la verdadera tarea para los padres.
Manual de ayuda
– La tarea escolar del niño nunca debe ser hecha por uno o ambos padres.
– Debe fijarse un lugar habitual para realizar los deberes.
– El sitio tiene que ser un ambiente no muy cerrado, con buena iluminación y ventilación.
– Evitar la presencia de un televisor, una radio o computadora encendidos.
– A la vuelta de la escuela, almorzar a hora (si el chico va a la mañana) y merendar a hora (si lo hace a la tarde).
– Fijar horarios para descansar, jugar y hacer las tareas.
– Antes de empezar los deberes, alimentarse, ir al baño y lavarse las manos.
– Orientar en el uso de internet (buscar temas, señalar fuentes y autores).
– Habituar a los chicos a consultar diccionarios y enciclopedias.