El país del «hijo único»

  • Cao Zilin tiene 31 años, es directora de marketing y vive en Pekín. Con un niño de seis años y candidata a poder tener otro tras la flexibilización de la política del hijo único que aprobó el Gobierno chino hace algo más de un año, dice que no quiere un segundo.

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    «Si tuviera otro, me distraería del amor que ya le doy al primero», dice a Efe Cai, satisfecha de su condición de hija única por «todo el cariño que me daban cuando era una niña» y que forma parte de las 15 millones de parejas que, desde que se aprobó la nueva normativa, pueden formar familias de dos hijos.

    Su caso no es excepcional. Aunque el Gobierno se las prometía muy felices al implantar la medida que supone que sólo uno de los cónyuges tiene que ser hijo único para poder tener dos descendientes (frente a que los dos, como antes), los primeros resultados indican que poco ha cambiado.

    De momento, sólo un millón de parejas solicitaron tener un segundo hijo en 2014, la mitad de lo que habían pronosticado las autoridades y una tendencia que aún no parece que vaya a invertirse.

    Las razones son variadas: la presión laboral, la incertidumbre sobre el futuro, el mayor confort tras décadas de escasez, o, como Cai, la creencia de que el cariño mengua si se reparte entre dos hijos, así como los privilegios, frenan a muchos padres potenciales a aumentar la progenie.

    A sus 30 años, Gong Yi, profesora en la capital china y madre de un bebé de ocho meses, comparte con Cao la sensación de que tiene que «dar ya mucho cariño y emplear mucha energía» para su hija, y además añade a Efe que se siente presionada por el trabajo.

    Factores que le hacen decir que no a la posibilidad de engendrar de nuevo en el futuro, aunque no se muestra tan segura como Cao, quizás porque su maternidad es aún demasiado reciente.

    En general, los motivos no distan mucho de los que puede argüir una familia de un país desarrollado para limitar la procreación tras alcanzar cierta bonanza económica, pero expertos como Cai Yong, profesor asistente de Sociología en la Universidad de Carolina del Norte, va un paso más allá en su interpretación de lo que ocurre.

    De acuerdo a sus investigaciones sobre las tendencias demográficas chinas, el éxito de la política del hijo único, como se conoce al conjunto de medidas establecidas sobre todo en zonas urbanas de China en 1979 para controlar la población, «es una leyenda urbana», según dijo en una conferencia en Pekín esta semana.

    El profesor plantea que los 400 millones de neonatos que previno el programa, según cifras oficiales, también se habrían evitado de forma natural sin la invasiva política de control de nacimientos -que acarreó millones de abortos y esterilizaciones forzosas-, debido a que el crecimiento demográfico «ya estaba bajo control».

    Es decir, que la tendencia a no tener muchos hijos, algo que en países como Japón, Singapur o Corea del Sur se combate con políticas de incentivos para las familias numerosas, ya se gestaba, valga la ironía, en China, y que lo que prueba es la dificultad de que triunfe el intervencionismo estatal en la vida privada.

    No obstante, la mejora de la situación de ciertos estratos de la sociedad, como los funcionarios, hace que sí exista la posibilidad de frenar el temido envejecimiento de la población y subsanar la desigualdad de género (en 2012 había alrededor de 40 millones más de hombres que de mujeres debido a la preferencia a tener niños).

    Desde la sureña Cantón, el funcionario Wu Jianhui, de 35 años, asegura a Efe: «como me sube el sueldo progresivamente, y me ofrece una vida mejor, pienso que dos hijos se pueden cuidar mutuamente en el futuro» y por ello ya se plantea tener otro que acompañe a su pequeño de 5 años.

    Lo mismo opina Lu, como se identifica una funcionaria de Qinghai, al noroeste del país, quien, poco antes de cumplir la treintena, ha aprovechado la relajación de la medida para quedarse embarazada tras haber tenido a su primer hijo hace tres años.

    «Así no se sentirán solos», dice a Efe.

    Un halo de esperanza para los gobernantes chinos, quienes empiezan a temer durante cuánto tiempo podrán mantener un sistema que pierde población activa a marchas forzadas y que, además, cuenta con un excedente de alrededor de 30 millones de solteros que pueden desestabilizar la sociedad.

    Centrado sobre todo en que «se devuelva más libertad a la gente mientras China reorganiza su sistema social», Cai Yong no confía en que las cosas cambien hasta entonces y que mientras «se quedarán como hasta ahora».

    China seguirá siendo, intervenga o no el Gobierno, país de un solo hijo. EFE

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